Pensemos en un niño que un día lleva unas canicas al colegio, se pone a jugar solo y despierta el interés de sus compañeros, este les presta unas canicas y juegan todos juntos. El niño no cobra interés y todos pasan un rato agradable.
Al día siguiente cuando se acercan los niños para jugar con él, este les dice
que para jugar tienen que comprar canicas y estos se las compran. La próxima
vez que se reúnen el precio de las canicas ha subido, pero los niños siguen
comprándolas. Esta situación se repite y el niño empieza a ganar mucho dinero.
Pasado un tiempo otros niños empiezan a vender canicas y ya nadie juega con
ellas. Con más niños vendiendo el precio empieza a bajar, pero al poco tiempo
se ponen de acuerdo entre unos cuantos y deciden subir los precios para
mantener beneficios.
Las canicas suben y algunos niños empiezan a entregar unos vales que dicen
tener el valor de diez y veinte canicas. Al fin y al cabo ya nadie juega con
ellas.
El precio de las canicas sube y algunos niños ganan mucho con el
negocio. Sin embargo los precios están tan caros que de repente todos empiezan
a vender vales de canicas. Pero no hay tantas canicas como vales y el negocio
de las canicas se convierte en una ruina.
Y cuando los niños crecieron decidieron sustituir las canicas por
participaciones en empresas, viviendas y materias primas, ganando fortunas
mientras el negocio iba bien, pero cuando este se arruino el dinero salió de
los impuestos de todos, ya que habían montado semejante tinglado que si caía toda
la economía iba detrás.
Y quien sabe, quizás si se hubieran puesto cotos a la especulación con canicas,
los niños hubieran seguido jugando con ellas y años más tarde las cosas
tendrían un valor razonable, acorde con el trabajo que cuesta producirlas en lugar
de tener que pagar pluses especulativos que crean burbujas que alteran la
racionalidad de los precios.
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